Capplannetta y el paraíso perdido

De adolescente me encontré con la gran verdad del mundo. Quizá por ser minoría mi verdad no es la verdad verdadera y mucho menos la de cualquiera. No me gusta comparar, tampoco dar las cosas por hecho. Yo creo que soy otra verdad más en este mundo repleto de mentiras. Mi verdad parte del subconsciente. Al igual que Adán y Eva yo también fui expulsado del efímero paraíso. Mi minoría, mi mañana repetida, es mi propia canción profanada. La naturaleza es indomable y salvaje. Mi canción habla de mi paraíso, y mi naturaleza también fue salvaje. Pero encuentro, a sabiendas que no somos iguales, que una misma canción puede despertar en un tiempo desmemoriado. Recuerdo cómo era mi vida en la entraña del paraíso. He ofrecido y me han otorgado. Algún día, al igual que el colectivo LGTB, las personas como yo podamos dinamitar el estigma social que nos aparta. Yo nací completo y sano. Hay lugares que no quiero frecuentar. Me hubiese gustado haber conservado ahora mis juguetes de mi niñez. Pero mi madre los tiró a la basura. Esto no quiere decir que mi paraíso vuelva con los juguetes. Mi paraíso está en el lugar donde el olvido como un gas que se evapora y se lo lleva el aire hacia la nada. No he olvidado mi paraíso tan fácilmente, los paraísos interiores no se olvidan como si nada.  Para llegar al lugar que estoy ahora he vivido infiernos y muchos de ellos penetraron en mí desde lo más hondo. Hay momentos en que en ti mismo desemboca un coágulo de sangre después de tanto bombear la jeringuilla. Yo las llamo experiencias que dejan huella. Como dejan huella los amores, los placeres y la infancia, el paraíso lejano que evoca lugares que no volverán más. Como olor a pegamento escolar, o un plumier, o cuadernos.