Capplannetta ¿Cómo estás?

Estoy lo suficientemente loco para saber que mi mal no tiene cura. Me lo dice mi madre mucho: -Tú naciste sano. Y sí, nací sano y fuerte. Pero en este mal te puedes ver en el triángulo de las Bermudas y perderte con embarcación y todo, con todo me refiero a la vida. Estar, estoy bien, con respecto a la vida, pero como yo era no estaré jamás. Yo prefiero la  compañía de la gente que me quiere, que son mis padres, por lo general, tengo amistades, aunque sé que moriré solo. Hubo un tiempo que la vida en mí era una vida muy distinta a la de ahora. Yo no soy un enfermo mental, a mí lo que me ocurre que tengo una personalidad dispersa. Y si soy enfermo de la mente no voy a cometer el error de lloriquear, de sentirme el único enfermo en la fierra, olvidarme del dolo frecuente. Estoy diagnosticado ¿y qué? No me meto con nadie. Tan sólo soy un árbol que poco a poco se secó. Estoy bien, cada vez mejor. Me cambié la medicación y ahora intento tener la paz buena De Dios. Esa que no se obtiene a diario. Esa paz hay que conseguirla en el día a día, sin demostrar a nadie nada. Quisiera que me den de alta, no tomar la medicación que me dan, estar equilibrado. Como dice la canción del Lebrijano: De noche mi corazón conmigo mismo pelea, sí a eso se le llama vivir que venga Dios y lo vea. Nací sano, pero ¿en qué momento mi alma se fue por otros derroteros?  Me encanta oír, Capplannetta, ¿cómo estás? Y yo decirle: -Bien, tantas veces caí que sé por donde no puedo pasar y otros lugares a los que me gustaría ir. Lo que tengo es ganas locas de comer un McMenú de McDonalds.

Capplannetta y el paraíso

He estado mucho tiempo siendo esclavo de paraísos artificiales. Aunque aún tenga mi porción de esclavitud me tengo que conformar. No se puede uno regocijar en las inmundas tragedias ajenas, más aún si estas son personales. Cuando se crea un hábito dentro de tu mente lo mejor es eliminarlo o cambiar el estilo de vida. Mi paraíso se compone de la alegría de mi entorno, y muchas veces mi entorno no es feliz porque mi persona no es feliz. Aunque suene a tópico, la felicidad es algo muy relativo, siempre ha sido así. Pero con ser digno me basta para tener mi trozo de alegría diaria, yo, que tantas veces me he precipitado al abismo, ahora he llegado a un punto en que me conviene llevarme bien con el prójimo. Como cantaba Bambino, yo quiero paz, no quiero guerra. La juventud es empezar por el postre, ya lo he dicho otras veces, pero después de la juventud se debe tener en cuenta que no se debe dejar que se enfríe el bocado. Hablando gastronómicamente, es mejor comer algo caliente que tomar la sopa siempre fría. Con esta metáfora quiero hacer hincapié en que la inmundicia personal te lleva a criticar el delicado matiz de tu semejante, sin preocuparte jamás por el tuyo. Y es un error garrafal. Se debe aprovechar tanto la adolescencia como la juventud madura. Es óbice incluir en esa juventud madura cierta edad tardía, también la senil, que apunta a la serenidad y se vive con paz ante los inconvenientes que surgen en el bulevar de la vida. Considero que la vida es un regalo que te otorga la voluntad divina. Yo quisiera para mi vejez, si acaso la tuviera, mucho sosiego, tranquilidad, plenitud, y un largo etcétera. Aunque aquí queden dichas las principales. Comprendo la soledad, la tengo diariamente. No quiero hablar de inconvenientes hacia la vida, pero a veces vivir es un dolor a ratos, con algunos brotes de lucidez y alegría. La pérdida de mi paraíso no es más que el cambio de la adolescencia hacia la juventud adulta y madura. Cuando se entienden estos detalles es la prueba de que te conoces y vas conociendo tu entorno. Es necesario vivir con pocas pertenencias más que vivir con mucha carga de parafernalia.