
De niño mi observación hacia la gente no guardaba ni pizca de secreto. Cuando mi hermano y yo hacíamos una trastada, mi madre nos amenazaba con tirarse desde el terrado a la altura de un quinto piso. Por supuesto se hubiera matado. Mi hermano y yo esperábamos el crack que nos arrebatara la madre. Pensábamos quedarnos huérfanos y sin madre ni nadie que nos cuidara. Ya que mi padre trabajaba toda la tarde hasta la noche. Ahora cuando se enfada ya no espero el crack abrazado a mi hermano menor, pero la imagino cayendo al vacío como cualquier cosa. Y me dan ganas de cogerla de la mano y decirle: -Mamá no te quieras quitar la vida.
Un día que cogí un encendedor de mi padre mi madre salió detrás de mí por temor a si prendía fuego a la casa. Corría y corría y mi madre detrás para quitármelo, miré para dónde venía mi madre y al girar la cabeza hice crack en el marco de la puerta del cuarto de mis padres. Empezó todo a teñirse de sangre carmesí. Mi madre trajo toallas y yo me puse a llorar y le gritaba: -tú no tienes la culpa, no llores mamá. Desde aquel día tuve gran sensibilidad cuando mi madre lloraba. No llores mamá, te quiero demasiado como pájaro en mano. Como corazón estresado de pájaro.