
Acude la penumbra de la noche y todo en mí se apaga como un fuego en el desierto. Acude la noche por todos los resquicios de la casa y se vuelve arisca como un gato que huye de perros. Se planta la noche en mi ventana para verme, y a veces tiemblo, otras indago, y otras tantas averiguo. Se moja la noche de alquitrán, se empapa de melaza y un azul borracho baila desde la ciudad al erial, desde la linde al ocaso, desde la alegría del atardecer a la solemne oscuridad que achica. Soy y no soy. Soy todo lo desnudo que puedas encontrarme, soy un hombre que se abre como un abanico, como una lámpara china, como un camaleón que se alarga con su lengua más allá de su envergadura. Indago en la efeméride de las rutinas y me hago esclavo de los poemas en prosa que vienen al lugar de siempre, allí donde mi cicatriz es sólo mía, donde la bocanada de aire se hace delgada en mi garganta. Yo no soy bohemio aunque reparta mi vida en los cachos que la noche entiende. Soy la última palabra en el filo del verano que apaga como una tea. Me gustaría ser otro para quererla de otra manera, pero ella insiste en que sólo sea yo. Que no busque trozos de su materia, porque aunque ella sabe que el sol le da la espalda, la luna mientras tanto es toda su esperanza. Astro y firmamento son canciones que ella canta al ritmo de una marimba. Cuando vuelva a verte seré otro, porque al igual que no hay mañana sin cielo, tampoco existe cerradura en la noche. La noche se templa porque es un manojo de oscuras magnolias, es un borrón en un cuaderno usado. Dejadme ser hábito de noche otra vez más. Será distinto.