Capplannetta y los emperadores

Mi tío que, es marino en la Almadraba, lleva tatuado una mujer desnuda con un cabello largo. No, no es una sirena. Mi tío le da pescado crudo a las gaviotas y se encontró tres doblones de oro deformados por el mar, dicen que eran de un galeón que vino de las Indias y al llegar a puerto se hundió. Mi tío en época de Almadraba se va al puerto en ciclomotor, fuma tabaco negro, y tiene la piel morena del sol que toma a la fuerza. Cuando llevan los atunes al puerto mi tío gusta de ver quién se lleva el más grande. El grande es siempre para los japoneses venidos de Tokyo, que tienen cuchillos que cortan clavos de hierro. Manejan los cuchillos con destreza, con ellos cortan atún rojo y son los mejores clientes de la lonja. En la subasta los únicos quienes pueden comprar los precios más altos son “los emperadores”, así les llaman todos en la lonja. Mi tío me dijo una vez  que eran descendientes de los samurais y uno de los cortadores de atún tiene una novia japonesa enamorada de Camarón de la Isla. Cuando arriba la noche mi tío se va a la casa de la pareja japonesa y lleva una botella de solera, el japonés pone unos filetes de pescado y yo les llevo pan y aceite de oliva, y mientras Maeko canta canciones de Camarón, mi tío abre la botella y también canta, el samurai se llama Hiroshi y él canta canciones en japonés y bebe solera mientras cocina el atún rojo en unas sartenes raras. Se emborracha y se va después casi entrando la primera aurora del alba a dormir. Qué bella es Maeko cuando se enciende el día, ella mira el sol cuando amanece y siempre dice que por donde sale el sol tiene a su madre. Se la puede ver cuando se desnuda y folla con Hiroshi, mi tío se va pero yo me quedo a verles follar. Ellos no me pueden ver pero yo a ellos los miro desde los tejados. Recorro casi todo el pueblo andando por los tejados. Incluso llego al campanario de la Iglesia. Qué maravilloso es vivir cerca del mar. El mar, llevadme al mar, decía el poeta. Yo lo digo también. 

Capplannetta, por los que se fueron y por los que todavía están

A raíz de la pérdida de mi abuelo materno es cuando yo tuve conciencia de lo que era la muerte, del vacío irreemplazable que deja, fue en ese momento de mi vida cuando fui consciente de que lo mismo que se había ido mi abuelo mis padres también se irían un día. Yo en la infancia y en la adolescencia sabía que la gente se moría. Se murió mi perro, iba al cementerio a la tumba de mi abuelo paterno, pero no entendía aún el significado. En el colegio nos enseñaron que haciendo el bien uno iba al cielo, al edén, al paraíso. Esa idea tenía yo de la muerte. Pero cuando comprendí que se apaga la máquina y nos vamos a la nada fue ya cuando era adolescente más tardío. Entendí que mis padres se irán o yo me iré antes que ellos y eso era la vida. 

En estos tiempos de pandemia y cifras escalofriantes día a día, pones la diversión a un lado y el hecho de ser responsable al otro lado de la balanza, y no salen las cuentas. Llegas a un punto en la vida en que cuentas a los amigos y los familiares que de verdad te quieren con los dedos de las manos. Entonces es cuando la vida se pone seria. Y aquello de lo que te reías en la infancia y la adolescencia, después de adulto, ya no te hace tanta gracia. Cuando empiezas a verles el tiempo justo, y son tan viejos tus padres que no quieren ir a verte, lo que quieren es que vayas tú. Y tienes que ir, porque sí, porque se van y te estás haciendo ya mayor también. Y la vida no es como la imaginamos. Hay padres para cien hijos, pero ningún hijo para un padre. Yo así lo creo. Cuando tienes que ir a ver a tus padres, y todo el día viendo televisión, con la de años que han estado trabajando. Desde niños, a temprana edad. Los veo y se me parte el alma. Porque un padre te ayuda, aunque una madre siempre está ahí, y no hay que olvidar nunca las cosas que han hecho por ti. Por eso, cuando te encierras en la casa y no vas a verlos, tienen que venir ellos a verte a ti. Eso es ser un egoísta. Puede ocurrir que hayas perdido el apetito por la vida, pero si te ven tus padres y se van, los padres no son eternos, y cuando quieras enmendarte ya no podrá ser. Aprovecha el momento. Cuídate tú, y cuida de ellos. Vuelve a casa, tus padres están delante del televisor. En las paredes cuelgan los retratos de cada hijo. Pero tú no estás presente aunque echen en falta tu presencia. Cuando tengas un momento ve a verles. Se pondrán contentos. Aunque sólo sea un rato, pero ve. Cuando no estén agradecerás haber ido.