
Existen muchos factores que amortiguan la soledad, y más si ésta es buscada, como es mi caso, pero en la soledad del hogar las cosas que pueden redimirla son la lectura, la televisión (aunque esta carezca de interés alguno), la música, el cine, tomar café o té, hablar por teléfono, el porno, la radio, y un largo etcétera, vean ustedes que no he mentado las drogas, cosa de la que hoy mi madre estaría orgullosa, en fin, fuera bromas. El momento más nocivo y traicionero para la soledad es cuando arriban las sombras a tu mente. Te cambian el estado de ánimo, y se convierten en verdugos de tu felicidad solitaria. Esas sombras no las puede remediar una compañía, es más, a veces con estas sombras donde predominan el agobio y la melancolía, se multiplican al tratar erradicarlas buscando compañía. Yo tengo un truco para disminuir estas sombras. A parte de las tantas cosas mencionadas anteriormente, tengo un recurso que nunca falla, y es afrontar mis sombras y mis fantasmas escribiendo. Así de fácil. Escribir se ha convertido para mí en una cuestión tan necesaria como respirar, comer, o la higiene. A veces la depresión te puede, y no tienes alternativa, porque la vida contiene elementos que no se pueden disuadir fácilmente como los miedos, la depresión, el tedio o la agonía existencial, pero entonces, cuando eso ocurre sueles abandonarte y omites cosas como los horarios de comida, nada te satisface, te inundan los pensamientos invasores, te dejas de lavar, de afeitarte, y estás, o te sientes, tan acabado que te dejarías arrastrar por un coche escoba o un quitanieves. Es así la vida. La mejor vida que puedes ofrecerte siempre es hacer cosas que te den placer, pero si escribiendo eludes la cuestión más nefasta de las realidades, lo mejor, es hacer siempre bondad.