
Duramos tan poco tiempo, somos tan efímeros y pueden pasar tantas cosas en un año… que da un poco de miedo. Lo digo porque pronto será el cumpleaños de mi padre y después el de mi madre, y ya tienen cierta edad. Y ellos, aunque a veces discutan, (como ocurre en casi todos los matrimonios) tienen momentos donde es notorio el amor correspondido. Pronto harán su cincuenta aniversario de bodas y yo que soy el primogénito tengo temores que no puedo negar. Quisiera lo mejor para ellos, porque se lo merecen. Y de ellos he aprendido muchas cosas prácticas, como la economía austera, también el respeto mutuo, y el amor que se tienen, aunque no lo demuestren en público, total, si no tienen que demostrar nada a nadie. Les basta una mirada cómplice o un ademán en el propio lenguaje que ellos han adoptado en la crianza de mí y mis hermanos. Es como un lenguaje con gestos que sólo ellos conocen. Para mí siempre ha sido un misterio ese nivel de comunicación y complicidad, que yo lo atribuyo a parejas longevas, y que conocen al dedillo el material de que está hecho el tejido orgánico de los sentimientos de cada hijo, y tan solo con mirarse se entienden a la perfección. Una relación así es bellísima, y se dan casos en parejas de su generación, como también más mayores, pero las relaciones de un tiempo hasta acá han desarrollado un carácter un tanto individualista y precario. Creo, seriamente, que las relaciones de pareja se han degenerado en un sentido egoísta del término y se han convertido en relaciones poco duraderas. Si se dan cuenta, cada vez existen más separaciones y divorcios, y creo yo que es por nuestra poca consistencia como institución para devaluarse totalmente.