
En los asientos traseros la noche era lo único. Tu mata de pelo entre mis manos crecía en una maraña de espesura que yo acariciaba. Tus senos eran la fuente de la carne, y la hora de la ternura era como perderse en tus labios de mujer hermosa. Eras un sueño con sombras de misterio entre tus piernas arqueadas. En los asientos traseros subyace la juventud adolescente, y un pedazo de mi persona había en tu sueño espectral. Mi semen corría con el aroma todas las curvas de aquel coche. En los retrovisores miraban los conductores, y estupefactos se asombraban de la curiosidad de mi mano. Mi mano buscaba en ti los rastros de tu deseo. Yo, duro y compacto te hacía presencia de plena carnalidad y entre tu sudor yo besaba mientras te bebía y te bebía mientras te besaba. Te pensaba dentro de ti y un efímero orgasmo saltaba como una ave que se camufla en la espesura de tu latido, que se hizo prisa de nervio y pulso, que se hizo espasmo cercano que yo marcaba sintiéndome hombre, y tú mujer, entre las estrellas te movías, en aquel asiento trasero de aquel coche como entregada a mi cariño de pulpa, y te rozaba de gozo entre la grandiosidad de tu peregrina mirada ante mi cuerpo, y yo miraba el tuyo como un agua que me emanaba del silencio y del gemido, mientras me entregaba a tu abrazo cautivo entre mis intermitentes besos que de todo de ti lo bebían. Suerte de secretos por saborear, lugares entre faros y plenitudes repletas de gozo. Caudal de río fiel a tu fuente. Era nuestro viaje un paseo donde sólo estábamos tú y yo, lo demás se perdía hacía una nebulosa que prefiero no creérmela todavía.