Capplannetta en los asientos traseros

En los asientos traseros la noche era lo único. Tu mata de pelo entre mis manos crecía en una maraña de espesura que yo acariciaba. Tus senos eran la fuente de la carne, y la hora de la ternura era como perderse en tus labios de mujer hermosa. Eras un sueño con sombras de misterio entre tus piernas arqueadas. En los asientos traseros subyace la juventud adolescente, y un pedazo de mi persona había en tu sueño espectral. Mi semen corría con el aroma todas las curvas de aquel coche. En los retrovisores miraban los conductores, y estupefactos se asombraban de la curiosidad de mi mano. Mi mano buscaba en ti los rastros de tu deseo. Yo, duro y compacto te hacía presencia de plena carnalidad y entre tu sudor yo besaba mientras te bebía y te bebía mientras te besaba. Te pensaba dentro de ti y un efímero orgasmo saltaba como una ave que se camufla en la espesura de tu latido, que se hizo prisa de nervio y pulso, que se hizo espasmo cercano que yo marcaba sintiéndome hombre, y tú mujer, entre las estrellas te movías, en aquel asiento trasero de aquel coche como entregada a mi cariño de pulpa, y te rozaba de gozo entre la grandiosidad de tu peregrina mirada ante mi cuerpo, y yo miraba el tuyo como un agua que me emanaba del silencio y del gemido, mientras me entregaba a tu abrazo cautivo entre mis intermitentes besos que de todo de ti lo bebían. Suerte de secretos por saborear, lugares entre faros y plenitudes repletas de gozo. Caudal de río fiel a tu fuente. Era nuestro viaje un paseo donde sólo estábamos tú y yo, lo demás se perdía hacía una nebulosa que prefiero no creérmela todavía. 

Capplannetta opina sobre ventanales

Si yo tuviera esos grandes ventanales con que apremia la vida natural de las especies. Si yo tuviera esos grandes ventanales con que el capricho otorga una ventaja, o mejor decir, una desgracia, pues a ratos quisieras ser yo, y otros ratos bien te abrazas a tu yo. Si yo tuviera esos grandes ventanales por donde pasa el aire y va de trinchera a trinchera, daría a los enfermos agua de mi rocío, y a los soldados les daría vino para así achicar la cobardía, y a los heridos les daría caldo de mis carnes para que resucitaran ante su desdicha de yodo. Pero no dispongo de grandes ventanales, es más, tengo el alma como un búnker decapitado, tengo la barbaridad del mundo sostenida entre mis dientes, y muero dos veces por semana entre buenas y precisas tardes, y en noches donde sólo queda mi respiración. Si yo tuviera esos ventanales tan abiertos y tan radiantes de primaveras nubladas, tan agradecidas con la sospecha de que hay algo ahí fuera, y querer mirarlo, sin moverse un ápice, porque se puede, porque la naturaleza te da y te quita, te pone y te otorga, te arrebata y te hace feble y efímero, como un suspiro testigo de los guapos tontos, como un cantar entre los cielos y las tierras, donde no debe haber nada oculto, como cierta niñez de un crío que escuchaba la risa como su caja de música. Un niño con la niñez encerrada en los sueños de los que vencían otra luz. Con monigotes de papel enganchados a su bata escolar. Yo quiero esos grandes ventanales para disimular mi ceguera cuando cante y me sacuda, cuando me haga nuevo niño futuro, y nuevo niño naciente, yo quiero esos grandes ventanales para ser lo mismo. 

Capplannetta y la plenitud

Cuando te pasa algo grande, algo que te hace feliz, es preferible ir con cautela y no ir presumiendo por ahí. Aunque yo, económicamente estoy en la ruina, puedo sin vergüenzas ni falsa humildad, admitir que estoy en un buen punto en mi vida. Estoy estabilizado psicológicamente, me es grato decir, que estoy apunto de alcanzar la plenitud. Cosa impensable años atrás. Y ahora, aunque no tenga ni para tabaco, estoy bien psicológicamente hablando. No quiero ser falso modesto, pero tampoco tener falsa humildad. Ya que cuando uno está a gusto consigo mismo debe de admitirlo. No tengo felicidad edulcorada, esa sólo la fabrican en televisión. Y salvo en momentos que me pongo nervioso y, en otros que tengo algo de ansiedad, puedo decir que estoy a un paso de la plenitud. Tengo mis miedos y mis inseguridades, pero eso va implícito con la vida en sí. Paso muchos ratos de soledad, y he meditado bastante acerca de cosas que me han ocurrido. Aunque todo pasa por alguna razón, son ciclos en cada punto de la existencia. Ahora elijo bien a la gente con que me apetece estar. La soledad a veces te puede llevar al punto de hacerte pesado para con los demás. Pero trato de tener la cabeza ocupada para no tener que hacer frente a ciertas flaquezas que no me dejan vivir con plenitud. Porque una cosa es la felicidad y otra muy distinta la plenitud. Podría ser feliz, aunque ¿quienes son felices hoy en día? La gente trabaja de lunes a viernes, el sábado vas a hacer la compra de la semana, y ¿qué te queda? Te queda un domingo que pasa con la prisa de costumbre y te deja perplejo cuando te encuentras con el lunes y venga, hasta el sábado.