Capplannetta and the medication time

El momento de la medicación es ganar y perder una gran batalla. Se te abre la boca sin querer, y se sabe, porque se sabe, que en boca cerrada no entran moscas. Mi mosca no está en la oreja, ni en la tele, la mía está empezando al despertar, al mediodía y en la noche. Yo no nací con esa química que tienen la mayoría de los cerebros y el mío no la segrega. Llevadme al patíbulo o al garrote, ¿será que mi cerebro esperaba otra cosa de la madurez? ¿Será que mi cerebro segrega aquello que no tendría que segregar? La verdad es que no me preocupan demasiado los flujos que deba segregar mi cabeza. Lo que me preocupa en realidad es la reacción de la gente cuando dices las palabras mágicas. Cuando las digo siempre acuden a mí varios problemas. Por ejemplo, me declaro inútil para la vida pero la gente no te deja ser inútil, te tacha como un muerto más en una fotografía de la mili. Te declara inútil pero luego se cuestiona: ¿matará a su madre? ¿Se pondrá con un cuchillo a matar a diestro y siniestro al personal? Otros opinarán: ¡cogedlo, que no escape! Y no tiene escapatoria no. Se acuerda de Houdini, se acuerda del canario mixto que se le escapó a su madre, se acuerda y se acuerda, y no deja de acordarse. ¿Por qué los castrados tienen esa apariencia de monstruos si ni siquiera son Calígula on The Rocks? Se me parte el alma cuando veo a gente tan válida como yo que la declaran inútil porque no se socializan. Qué suerte tengo Papá y Mamá, no habéis encerrado a vuestro hijo jamás. El momento de la medicación es siempre una orgía de química y esperanzas que no tienen cuestionamiento alguno, se te nota sedado y punto, pero ese es otro cantar. Los locos solemos decir que no se puede ser bueno. Y sin embargo, sabemos que esa es la única solución, ser bueno, hacer bondad, portarse bien. Por eso el momento de la medicación. El momento más obsceno para la naturaleza que deja de estar presente, en las carreteras, en las ciudades, y ahora el coronavirus, en fin, más psicosis a la psicosis. Más cobayas que sacrificar, más exterminio de cariños y calores, más poesía como medicamento, le dices al pensamiento: quítate que pongo otro.

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