
En esta vida puede haber mucha gente que trague mis cosas o simplemente que no me trague a mí. Todo es cuestión de tragaderas. Se debe tener cierta piedad a cerca de las tragaderas ajenas, y tratar de que aquello que molesta y nos incomoda, acabe siendo un giro por el lado de la compasión, así, de igual manera que haría el Dalai Lama o un budista practicante. Yo también sufro mis propias tragaderas, aunque casi siempre que con respecto a mí hablo de tragaderas es por debilidades que cometo debido a que si le hago a otro lo que tan sólo me hago a mí mismo decaigo. Eso es entender la gran verdad que nos une en este universo de neuronas enlazadas unas con otras. Es como un sistema nervioso universal. Yo y mis tragaderas. Menudo panorama. Trago a familiares y amigos, al igual que ellos tragan de mí. Lo que es intolerable es la ingratitud, la traición, hacerle daño a un niño, a un anciano, o a un impedido. También hay que tener unas tragaderas especiales para orinarte en la sopa de los pobres. Más bien este tipo de gente no tiene conmiseración para con el prójimo. Mis tragaderas más básicas es aguantar mi soledad, a la que no estoy condenado, es decisión propia. Nadie me obliga a estar solo, es una decisión que yo mismo he tomado por convicción moral, también influyen mis propias tragaderas, que con el tiempo, han determinado mi propia integridad psicológica, y digo esto, ya que me considero como una persona necesitada de su propio espacio, no es por que tenga demasiado ego. La verdad es que soy un patoso para las relaciones sociales, aunque no afectivas, con respecto al cariño me hago tierno como un pan recién hecho.