
Tengo una conexión con el exterior que me provoca un miedo parecido al hijo de un padre alcohólico que siempre, estando en presencia del padre está temeroso de que la cague, es como esas personas que tienen mal vino y ponen a la familia nerviosa en cualquier celebración. Yo no es que tenga mala bebida, pero lo que sí tengo es que (diciéndolo vulgarmente) se me calienta el morro y no puedo acabar la noche si no es borracho perdido. Pero no se preocupen, no me pongo violento ni déspota, tampoco me hago pesado, me pongo enfermo, ya que no estoy acostumbrado a la bebida. Dicen en “alcohólicos anónimos” que las peores épocas para un enfermo alcohólico son el verano y las navidades. Yo no suelo beber en exceso, ya que no soy muy aficionado al alcohol, bebo de higos a brevas, esporádicamente, pero esta conexión que tengo con el exterior, es decir, para las relaciones sociales, es como el que se pone a ponerle la pila de un reloj con guantes. Se hace un galimatías que le lleva a la torpeza, y tropieza con desaires y decepciones con respecto a las dos partes. En fin, es como decir: No es la gente la que me da miedo, me doy miedo yo, pero no ya en las relaciones personales, sino en todo lo que conlleve estar con una multitud de personas. Naturalmente he cambiado ante las relaciones humanas, pero es un hecho que va implícito con mi propia naturaleza, que a veces me suele jugar malas pasadas. Aunque ahí ando, sobreviviendo con mis dudas y mis pequeñas debilidades. No creo ser un peligro para nadie, ya que el estigma está ahí, más bien, es mejor decir, que el único peligro que tengo es la poca tranquilidad que tengo entre las multitudes, prefiero ser casero.