
Llegado a este punto, arribado a la panoplia de magnolios que flores comentan, ahora te digo porque tú sabes porqué, te digo que siempre has visto mi longitud de miras, que sabías porqué lloran los abedules a nuestro paso, que me digan que vengo de centenarios olivos, y tú sabes porqué, que los olmos se nutran de lo sagrado de mi empatía, que tercos son los cipreses con su fruto inútil, más inútil que las agujas de los pinos que repliegan el bosque, de olores nuevos que tú sabes porqué, con sus piñas hacemos unas brasas perfectas y nos comemos la carne como pájaros del monte. Yo creo que no sabías y tú sabes porqué, que la cuneta está repleta de encinas y duros robles, me dirás que no californique en las ramas de la inapetencia, y tú sabes porqué, no pienso ir más a comer del madroño, tampoco del laurel desolado. No pienso más volver al otoño cuando el castaño se despide de sus amargas sustancias, yo quiero acucurrarme entre la hojarasca ocre como un alcornoque al que desnudan, y esperar a los abetos frondosos y perfumados. Lo sé, porque el ciruelo y el almendro saben también porqué. Que no me digan pinchauvas o que estoy en la parra, que no me hablen de orugas en celo, ni de nísperos secos delante de naranjos escrupulosos, no digo que no me asuste el baobab, y que me atraiga tanto, tantísimo, el legado de ébano que me da miedo conocer. Pues me atreví a acercarme al mango y me gustó tanto su sabor, que tú sabes porqué. No quiero que me entierren bajo un platanero, enterrarme en los cerezos en primavera. Yugo para la acacia rendida a mis pies, no quiero que vaya a la higuera ni de higos a brevas, y tú sabes porqué.