Capplannetta y la siderurgia

Nunca he hablado de cuando trabajé durante un año en Unidad Hermética, fábrica donde también trabajó mi padre, y ahora está apunto de extinguirse. Cuando empecé a trabajar en Unidad Hermética todo me parecía nuevo, a mi casa llevaba regalos, iba bien económicamente, tenía mi novia, y fue ahí donde empezó mi interés por la cultura y las bellas artes. Tenía una moto vieja y luego me compré una nueva, o sea, que mi vida estaba estable. O eso creía yo, luego, a partir de cuando me echaron yo entré en crisis existencial, no era justo. Echaron a uno de cada sección, para subir la producción, los sindicatos de la fábrica no hicieron nada, solamente mi padre estuvo a punto de que me readmitieran por eso, porque era mi padre, estaban muy contentos con él, así le dijeron, pero a su hijo si llegamos a saber que es usted el padre no lo hubiéramos echado. Mi padre no supo qué decir, pues para mí fue el punto y final de cinco años cotizando a la Seguridad Social y sin contar tiempos que trabajé sin asegurar. Ahí me finiquitaron y pasé a cobrar por baja laboral, yo entré en crisis psiquiátrica y después ya entré en la nada más absoluta. Muchos me decían qué suerte, cobrar sin trabajar, pero esa era la gran secuela de mi vida que me hizo ser un hombre derrotado y desde entonces he ido como un barco velero, levitando con mi vértigo impoluto. Desde ahí he dejado mi tristeza como ropa sucia por lavar, esperando un porvenir que no viene nunca, como diría Ángel González. Todo como en una tragedia griega, o un versículo de la Biblia, he topado con mi propia desgracia, aunque yo no soy un desgraciado, yo, lo que he sido de veras es un inocentón. Siempre me ha gustado que se rían mis amigos, y algunos se han reído a base de bien. De orfandad no puedo hablar, al menos todavía, y de hermanos malos, tampoco puedo hablar, mi vida no es una novela de Charles Dickens, tampoco un Lázaro de Tormes, mi vida consta de una ala rota en primavera, cuando la naturaleza está más viva. Un día he de salvarme de ésta temprana derrota, leyendo a mi manera, escribiendo haciéndolo como si hablara conmigo mismo, que es como quién espera hablar con Dios un día, como Antonio Machado dijo. Hoy en día el único poeta que merece la pena es Juan Carlos Mestre, sus dibujos son como un Lorca a colores, y he visto que hace esculturas, qué tío, también me gusta más Antonio Gamoneda, y Luis García Montero. Son buenos estos tres. 

Cuando trabajaba en la siderurgia me pusieron con un catalán que se tiraba pedos, olían a huevo podrido, hijo de puta, qué falta de educación, luego dicen que somos los andaluces los mal educados y mal hablados, a mí me tocó con un catalán guarro. Me daban ganas de coger la bobina y estampársela en la cabeza, entonces me hubieran echado antes. Entonces si hubiesen tenido motivos, qué asco. Me jodieron la vida. No me querían, me tenían como a un comodín, de un lado a otro como un panoli, pero bueno, la vida ha sido buena conmigo.

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