
Hacía tiempo que no me ocurría, y otra vez me sorprendió como una emboscada, ayer perdí el hilo en una conversación telefónica y me he sentido muy culpable, tal vez diría ridículo, torpe, patético. Conversación que mantenía con mi amigo Juan A. Herdi. Mi amigo no perdió la compostura en ningún momento, se portó como un caballero comprensivo y me ha ayudado incluso a resarcirme. No quiero ser oportunista, tampoco un lameculos, pero tengo el recuerdo de mi vida de casado muy verde todavía, de lo vivido antes y cómo lo vivo ahora y porqué. Le estaba contando a mi amigo mi experiencia con los abogados, y paulatinamente me iba introduciendo en una estampida de pensamientos y recuerdos no superados, por cierto. Para tratar de quitarle hierro al asunto del lapsus verbal Juan A. comenzó a contarme una historia de monjas nicaragüenses a las que les gustaban los europeos estilo David de Miguel Ángel, entonces ya era una piltrafa recordando y recordando. La conversación con Juan A. se zanjó con un plomizo coitus interruptus verbal al que la sombra de la oscuridad ha despertado cuando me remontaba a aquellos años perdiendo el hilo (tengo que aclarar que cada vez lo pierdo con más facilidad) yéndose a la fuga de otro mal recuerdo, la conversación se finiquitaba como en un velo que opacaba de tristeza nuestra alegría leve y nos fuimos desanimando y nos dijimos al unísono: –Aguriño y cortamos la charla como dos tristes jilgueros sonámbulos. Cuando colgué el teléfono me puse a renegar, a examinar cada amapola espinosa. Cuando me cantaba por ejemplo: Madre, ¿porqué me hiciste macho? Si a mí me gustan los muchachos. Daño me causaban sus cantes de acusatoria e inquisitoria insolencia tras su empañado sarcasmo con el que me ofendía deliberadamente, porque quizá tenga mi lado femenino pero jamás he sido una Selva Ramírez, ni cabro, ni como quieras nombrarme para despreciarme, ya que no soy un “macho” (odio el mito cutre de macho ibérico), pero sexualmente no me gustan los muchachos. Ya que si yo fuera homosexual no cometería locuras que cometí antaño, locuras como la de cruzar un océano, locuras que no es preciso rememorar, además no tengo el porqué justificarme. Y si fuera homosexual ¿qué? Puede que cometa el pecado de ser un enfermo mental, tantas veces vilipendiado por ello, pero mil veces me pondría en el lugar donde estoy, con barriga, con pérdida de hilos, con lapsus verbales, y con quemazón tras haberme colgado el san benito de tonto de remate, quizá no pertenezca a la ofrenda del cielo, pero no rezo y golpeo con el mazo después.