Capplannetta sin cargo de conciencia

Con lo bonito y satisfactorio que es vivir sin ningún cargo de conciencia. Decirse a sí mismo: -Hoy puedo dormir tranquilo, no le he hecho daño a nadie, no tengo por qué disculparme, me siento en paz conmigo mismo. Las personas más malas son aquellas que aún sabiendo que no han hecho nada bien, no tienen dañada la conciencia, éstos duermen como troncos. Son malas personas o son gente que camina, o como la novela de Benjamín Prado, Mala gente que camina, como también las hay buena gente que camine. La gente buena vive feliz, pero los hay que son felices y tienden a caer por el simple hecho de tener cierta sensibilidad, que se convierte también en una debilidad. Conozco a gente que vive resentida, no hay cosa peor que un escritor resentido, no escribirá bien nunca, pero los hay que tienen sus debilidades y caen en el resentimiento porque no obtienen las respuestas adecuadas de aquello que les aflige, que les tortura, les envenena la sangre, y éste tipo de gente, que suele ser buena, no sale del atolladero porque escriben desde el odio, y no tienen ni consuelo, ya que su moneda de pago es el ostracismo. Sean consecuentes con su conciencia, a aquellos que tratan de vengarse la respuesta la obtienen al poco tiempo, y justamente al poco tiempo tienen que resarcirse. Eviten la ofuscación con respecto a lo literario. Es una viga de poco aguante, la elección de vengarse entorpece las cosas, es mejor hablar por derecho, que por derecho tiendan a hablar en contra de ti mismo. Las respuestas no están en el odio, la venganza, el resentimiento, la repuesta está en la conversación tranquila, pausada, sin violencia, sin lugar a los momentos de tensión, hablen, discrepen, interpreten, dialoguen. 

Capplannetta y el sol protagonista

Sometido como estaba, ya no sólo en ciertas cargas familiares, tenía un huerto que él mismo había descubierto con unos compañeros de trabajo. Todo era cuestión de quitar la maleza del lugar, ya que era un llano, que en el lateral circundaba un riachuelo perfecto para regar la siembra. Entre él y unos compañeros se pusieron manos a la obra. Primero había que limpiarlo, hacer las acequias para los regadíos, y después cercarlo con cañas para ahuyentar a los intrusos. Había quedado un huerto maravilloso, en él pasaba las horas libres y los fines de semana. Se llevaba a su familia y él, mientras labraba la tierra, los niños jugaban con palos y juguetes que se llevaban al huerto. A veces se comían un tomate con sal y cuando era tiempo comían habas crudas. También asaban patatas y se comían un chorizo asado en el fuego. Los niños disfrutaban bastante, el único inconveniente era que alrededor del huerto había un circuito de motocross, cómo se ponía la siembra cuando había carreras, llenas de polvo, eso, y lo pesada que se ponía la gente pidiéndole al hombre que les dejara pasar al circuito a través de su huerto, él nunca se negaba, incluso su cuñado iba cuando había competición. Una vez a un hijo suyo le regalaron una sudadera de nylon de motocross, desde aquel momento siempre supo que tendría motocicleta. El padre también tuvo motocicleta, pero éste, dueño del huerto, renegaba de ellas porque tuvo una vez una caída. Le pusieron una prótesis en la muñeca. Desde entonces, el niño ya adolescente, andaba con su moto por todos los lugares asilvestrados o de asfalto también. La madre de éste, cada vez que sonaba una sirena, pensaba que era por su hijo y temía lo peor. Él le decía a su madre para tranquilizarla: -Tranquila mamá, que siempre llevo casco. Desde que éste se compró la motocicleta era el sol protagonista de su barrio, así eran las cosas. Era vicio lo que aquel chaval tenía por su moto, su padre se acordaba del huerto, y renegaba del recuerdo, cosas de la gente que ha vivido desastres. 

Capplannetta y la parca

Yo, cuando venga a visitarme la parca, no voy a llevarme nada de este mundo, pero muy en especial la memoria, no quiero acordarme ni que estuve en la Tierra, en el caso de que exista el cielo. No voy a llevarme ni los huesos, que hasta ahora es bien sabido que la osamenta ningún ser que estuvo vivo jamás se la han llevado. Yo lo que quiero que hagan conmigo es abono, para que abonen el árbol que quiero, que deseo que planten cuando venga a mí la parca muerte. Morir no me da miedo, llegaré a la hora exacta, y también sé cuál es la salida. Que no llore nadie por mí, que digan aquello de: -Otro más que se va a criar malvas. No pretendo ser un paño de lágrimas. No sé, ni nadie sabe, qué última morada me tienen preparada. Lo que sí sé que estuve en el mundo el tiempo suficiente para entender que vivir es una locura. No me suicidaré, aunque no se puede decir de este agua no beberé, pero siendo la vida una tremenda locura es bonito vivir. Me gusta vivir, debo ser honesto. Así que a vivir. 

tertulias telefónicas (flashes y flashbacks en una charla)

Hacía tiempo que no me ocurría, y otra vez me sorprendió como una emboscada, ayer perdí el hilo en una conversación telefónica y me he sentido muy culpable, tal vez diría ridículo, torpe, patético. Conversación que mantenía con mi amigo Juan A. Herdi. Mi amigo no perdió la compostura en ningún momento, se portó como un caballero comprensivo y me ha ayudado incluso a resarcirme. No quiero ser oportunista, tampoco un lameculos, pero tengo el recuerdo de mi vida de casado muy verde todavía, de lo vivido antes y cómo lo vivo ahora y porqué. Le estaba contando a mi amigo mi experiencia con los abogados, y paulatinamente me iba introduciendo en una estampida de pensamientos y recuerdos no superados, por cierto. Para tratar de quitarle hierro al asunto del lapsus verbal Juan A. comenzó a contarme una historia de monjas nicaragüenses a las que les gustaban los europeos estilo David de Miguel Ángel, entonces ya era una piltrafa recordando y recordando. La conversación con Juan A. se zanjó con un plomizo coitus interruptus verbal al que la sombra de la oscuridad ha  despertado cuando me remontaba a aquellos años  perdiendo el hilo (tengo que aclarar que cada vez lo pierdo con más facilidad) yéndose a la fuga de otro mal recuerdo, la conversación se finiquitaba como en un velo que opacaba de tristeza nuestra alegría leve y  nos fuimos desanimando y nos dijimos al unísono: –Aguriño y cortamos la charla como dos tristes jilgueros sonámbulos. Cuando colgué el teléfono me puse a renegar, a examinar cada amapola espinosa. Cuando me cantaba por ejemplo: Madre, ¿porqué me hiciste macho? Si a mí me gustan los muchachos. Daño me causaban sus cantes de acusatoria e inquisitoria insolencia tras su empañado sarcasmo con el que me ofendía deliberadamente, porque quizá tenga mi lado femenino pero jamás he sido una Selva Ramírez, ni cabro, ni como quieras nombrarme para despreciarme, ya que no soy un “macho” (odio el mito cutre de macho ibérico), pero sexualmente no me gustan los muchachos. Ya que si yo fuera homosexual no cometería locuras que cometí antaño, locuras como la de cruzar un océano, locuras que no es preciso rememorar, además no tengo el porqué justificarme. Y si fuera homosexual ¿qué? Puede que cometa el pecado de ser un enfermo mental, tantas veces vilipendiado por ello, pero mil veces me pondría en el lugar donde estoy, con barriga, con pérdida de hilos, con lapsus verbales, y con quemazón tras haberme colgado el san benito de tonto de remate, quizá no pertenezca a la ofrenda del cielo, pero no rezo y golpeo con el mazo después. 

Arte sublime

Hace poco vi la película de Vincent Van Gogh encarnando el papel Willen Dafoe. Me pareció bellísima. Se podría mantener en una tertulia una discusión sobre los amarillos de Van Gogh. En esta vida, es una suerte inmensa además, tenemos el arte y la cultura como aliciente. Yo estoy enfermo de cultura, si me faltara yo creo que de alguna manera la sacaría de alguna parte, pero el ser humano es inteligente y siempre la ha necesitado, la ha requerido, la ha sugerido. Aquellos que buscamos siempre el lugar donde la cultura esté, no es que seamos distintos, es que pedimos algo más, somos exigentes en ese sentido, necesitamos de elixires, de flores de Bach. Yo no podría vivir sin Internet, pero antes que Internet, no podría vivir sin música, sin literatura, sin cine. Cuando me dispongo a crear una mixtura no sé donde quiero llegar, pero me encanta asombrar a la manada, llámenlo vanidad o tal vez la impronta del hechicero. Considero a aquellos que cantan, crean, escriben, interpretan música, componen, en fin, todos los que crean arte en definitiva, como seres especiales, en eso no existen los más y los menos, de cualquiera que cree se puede sacar una enseñanza, una visión, curar el mal del tedio a la manada, ejercitar el criterio propio y el común, acaparar sensibilidad. Mucho nos queda que aprender para conocernos por completo, somos una maravilla hecha misterio. 

Capplannetta y las sombras del dormitorio

He andado ciego y sordo por las sombras de nuestro dormitorio, me esclavizaron a golpe de látigo andando de cuclillas por los sótanos de tinieblas de las que guardas tu propio repertorio. He mojado en tinta china los desastres de nuestro matrimonio, y adiviné por encima que nuestro desatino venía directamente de las catacumbas del manicomio. He saboreado muchos o todos los cloroformos, de todos cuantos probé el peor fue el del estorbo. Y así ha sido mi vida contigo. Me escapé como un fugitivo por el párrafo de lo contradictorio, y anunciaron mis sueños que se harían montaña de finísimo polvo. No es que sea nuestro anecdotario una huida sin regreso, una estampida en plena guerra, una crisis del quilombo, es mero ejercicio en plena praxis plagado de deseo y puro morbo, no es que sea estratagema puesta a secar al sol, una manera de decir que no sin bombo, es un residuo apartado de todo cortejo primaveral, donde suscribo que ya no te conozco, para mí eres algo nuevo, me vienes corto, como un traje tras engordar al que hay que añadirle un trozo, o un traje hecho a medida por las medidas que yo mismo me impongo. Juro no mascar chicle en clase, prometo aprenderme lo del asombro, he cruzado campos de miseria y yo ya no respondo, a las botellas lanzadas al mar, a mi virus de laboratorio, y prefiero hacerme el tonto, tonto venido a menos, aunque yo a ti ya te conozco, cambié tu sorbo por la mitad de mi rezagado y tímido vestigio roto, hecho jirones, yo mis culpas las destrozo, fumando cigarrillos que humean nicotina y alquitrán y se convierten en ceniza, nada y polvo. Se las llevará el viento, y serán nada, y yo ya seré otro. Otro.