
Hoy, como el que no quiere la cosa, he cruzado un par de fronteras, fronteras punzantes que me estaban haciendo daño. Por fin el lunes pasamos a la fase uno, ya podré ir a ver a mi madre y a mi padre, son mis héroes personales. Por fin viajo en globo por páramos de negociador con la muerte, como en la película de Bergman. No he cogido el maldito COVID-19, aunque oportunidades las ha habido. No cantamos todavía victoria, cantamos mejor por aquellos que han sobrevivido, a los que fenecieron, la mayoría abuelos, cantamos un réquiem de rosas negras y crisantemos blancos para aquellos que nos han dejado, hoy, mañana y siempre. Mi globo es una bombilla, en esa luz habito yo solo. Es un globo que me iguala aunque el de mis semejantes sea aerostático y el mío un cristal compacto. Ya no son las metáforas como las de antes, no se prueba la fruta del amor con un templado verso en las entrañas de ésta tierra. Mi familia ha crecido, y no les voy a engañar diciéndoles que soy feliz, en esta vida son felices los niños especiales solamente, pero éstos también saben llorar cuando pierden a una madre, la rosa fiel de todas las maravillas, el prolegómeno de los te quiero, voy a tratar de cuidarme por mis viejos, y digo bien, mis viejos; ya no puedo ir por la vida haciendo el idiota como otras veces lo he hecho. Se acabaron las mortajas a la tristeza que te ahoga, aunque siempre haya un motivo por el que llorar a moco tendido por un tropiezo en las rayas de las aceras, como dice mi madre: -Si no te falta ni la leche de las hormigas, y tiene razón la vieja, ellos me quieren, ay, cuando me falten. No habrá ya huellas en el mar, aunque sí estelas detrás.