Capplannetta y el gusano Vogue

Al final en este mundo de pasarelas y escaparates es toda una aberración mórbida donde todo es efímero, todo es fachada, Anna Wintour tuvo una educación isabelina y odia el negro, black is beautiful, pégate una escapada al mundo del extrarradio, donde todos vamos con jeans y con camisas de franela, tu oropel en las páginas  couché, tus ínfulas de rica con  pamela como sombrero simboliza la descomposición del mundo. En tus páginas cada reportaje es una puesta en escena, peinados distintos, cambiarse cada cinco minutos, por eso hay chicas que se dedican a la cocaína. Llevar un reloj Cartier y una prenda Versacce te hace ir a la moda, pero en ello implicas al mundo infantil de la India y Bangladesh, ahora la moda china tiene su espacio en el estercolero de Londres, New York, Paris, Milán y Madrid. Este mundo del glamour cada vez se parece a una película de Federico Fellini, a ocho y medio, al final para ser exactos nos guardamos las vergüenzas en una caja de galletas de mantequilla y seguimos engordando, nos retirarán la ilusión por vestir con glamour, nunca el apetito. La moda china es de peor calidad aunque es explotadora como la vuestra, pero de fácil adquisición para el populacho, además crea tallas grandes. Fachada, pura fachada, maquillaos desganadas, montaos en el carro de la tele basura. Los gordos y rechonchos no tenemos talla en ninguna marca de Vogue. Yo, Capplannetta, y mi amigo, Otto Calcanhotto, estamos gordos pero ustedes sólo quieren un mundo estandarizado, un mundo de estereotipos y martingalas espectaculares. Esto es espectáculo. No puede ser otra cosa, Hollywood es la protagonista de vuestra mala reputación. Anna, cambia esa cara, vestirás muy bien, pero estás mal follada, parezco grosero, aunque prefiero realismo sucio, que envoltorio.

comer con las manos

El señor Jorge estaba siempre que sí los socialistas, que hay que hacer la revolución, que aborrecía  a Stalin, y prefería a Trotsky, aunque eso lo decía ahora, ahora que el telón de acero había sucumbido, al igual que la URSS, y toda la mandanga. Y me preguntaba: -¿tú que eres, de izquierdas o de derechas? Yo le contesté: – que le digo que yo soy apolítico, no creo en la política. Y el contestó: -Pues eso está mal, la juventud debe tener ideales por los que luchar. Llegamos al destino y le ayudé a llevar los tablones, pues pesaban mucho y el hombre estaba ya mayor. Mientras tanto me iba diciendo: -venga ánimo, que te voy a llevar a un sitio a comer pollo a la brasa, buenísimo. Yo le contesté: -¿A comer pollo a la brasa me va a llevar? Yo creía que íbamos al Ritz. Él se reía y me decía: – Esta juventud sin ideales, al Ritz nada menos, ¿crees que soy millonario? Y yo le afirmé: -Tiene usted más dinero que los zares de Rusia. Y él riendo y cansado me dijo: -A esos de nada les sirvió el dinero, las joyas y las riquezas, y mira cómo acabaron. Acabamos de meter los tablones y me dijo: -Venga, vamos a la pollería, yo te invito.

Al llegar al restaurante había poca gente, pero todos con pollo a la brasa en sus platos. Nos sentamos en una mesa para dos y pedimos pollo a la brasa con patatas fritas. Me fui a lavarme las manos, ya que las tenía ásperas de haber tocado los tablones de la obra. El señor Jorge también se dispuso a lavarse las manos, el lavabo era pequeño, apenas cabíamos los dos para lavarnos, cuando llegamos a la mesa ya estaba el pollo servido con sus patatas fritas, pedimos para beber Fanta de naranja. Estábamos comiendo y yo le dije: -para mí la pechuga, y el dijo: -Bien, pues para mí el muslo, yo no hago distingos. Nos pusimos manos a la obra, y digo manos a la obra porque yo comí con las manos, el señor Jorge utilizaba tenedor y cuchillo. Todo el restaurante nos miraban sorprendidos, y yo le dije al personal con un tono alto de voz: -Nada me gusta más que comer con las manos. Miré al señor Jorge y me hacía ademanes de desaprobación. Mientras yo iba dejando puros huesos del pollo, el señor Jorge tenía una carnicería que le insinué: -Menuda carnicería, como esa ni las de Napoleón. El señor Jorge se mantuvo avergonzado y rojo de la vergüenza que estaba pasando conmigo. Acabamos de comer el pollo a la brasa y no pedimos ni café, nos fuimos enseguida. Cuando lo dejé en la puerta de la casa donde él vivía me dijo: -Menudo impresentable estás hecho. Y yo le repliqué: -Es que se me olvidaba que era usted aristócrata. Y el señor Jorge se fue muy disgustado, tan disgustado que no me llamó nunca más para ningún porte. Y ahora me arrepiento, no se puede ser ni déspota ni prepotente ni impertinente. El señor Jorge no es malo, ahora que lo pienso: -¿qué será del señor Jorge y su retranca comunista? Espero que esté bien, sólo eso.