Hablo muchas veces de mí porque lo tengo cerca, lo tengo en el punto de mira, soy testigo de mis defectos y también de mis virtudes. Hablar mal de los demás es algo que está mal. Se contempla la poesía autobiográfica como fácil, como si el escritor de su vida perdiera todo atisbo de pudor, lo atribuyen al exhibicionismo, lo comparan con la vanidad de éste o aquel escritor. Los escritores recomiendan no hablar ni utilizar la vida privada de cada cual para sacarse así del bolsillo una historia. Pero yo, y no me gustan las comparaciones gratuitas, rehúyo del que escribe sobre los demás, lo veo indiscreto, carroñero, carentes de empatía para con los demás. A veces es como usar una “cabeza de turco” al uso. Hablar de mí es hablar de mi experiencia, he escrito muchas veces sobre los demás, y lo he hecho desde la perspectiva del elogio, nunca para desacreditar, tanto ni en tono de burla, como ni con animadversión. La imaginación se debe enriquecer con ficción, una cosa lleva a la otra, pero cuando se escribe sobre el tropiezo o desventura de otro ser humano, es mejor tener cuidado con lo que se dice, ya que, honestamente, resulta algo putrefacto, pestilente, de muy mal gusto, y denota cierta dosis de resentimiento. Yo prefiero escribir desde mi experiencia (repito) y nadie tiene derecho a decirle a otro lo que tiene que hacer y cómo lo tiene que hacer. Mientras éste escritor no se meta con nadie para herirle o causarle algún daño podemos decir que lo escrito sí valió la pena, y demuestras así cierta sensibilidad, mientras que si hablas mal de otra persona el actor en ciernes desprende cierto tufo que lo cataloga moralmente como no apto para ser persona respetable.