Recuerdo cuando me llamabas con la mitad de mi nombre propio, era un canto sagrado para mí, se me encendían todas las luces de mi temprana existencia. Eras la voz de mi infancia, una aurora perenne sostenía aquella llamada de ti, mi madre; eres, por ayer, por hoy, por siempre ese resuello necesario para mí lucidez y mi deambular entre nostalgias y recuerdos apunto de esfumarse. Recuerdo mis travesuras, mis tropelías y tus disgustos conmigo cogida de la mano del corazón, de mi corazón a la deriva, tu risa es una melodía breve que sugiere quedarse contigo, la vida no ha sido para ti buena, ni justa, pero entre todos intentamos que vivas feliz junto a tu marido el resto de los años que te queden, que espero sean muchos, o los suficientes, no mereces más sufrimiento, ojalá que vivas feliz y que no tengas ninguna tragedia en tu destino, que los días que te queden por vivir sean lo más llevaderos posibles. Has sido la voz dulce de mi infancia, y eso no debo y no quiero olvidarlo. He sido mal hijo, lo sé, lo reconozco, pero algún día debo agradecerte tu gratitud, tu entrega y tu lucha, que no ha sido fácil, ni para ti, ni para papá, te quiero mucho mamá, mi sonido infantil.