Capplannetta y las prosas del sueño

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Empecé a escribir, primero, como venganza, después, para golpear el vestigio rebosante de lamentos, después, porque era lo único que me quedaba. Sueño, sueño, sueño, inercia de esperma como una estampa de una bandada de delfines con los lomos empapados de mar. Inercia y libertinaje de astros bailando en torno al orgasmo onírico. Pasillo de artes sin academia ni diplomatura, liturgia de esplendores fugaces que originan una catástrofe de hilaturas mojadas de aurora. Te creo. Te creo porque me lo ha dicho un Dios samaritano y cien colibríes que siempre han sido ángeles finos. Cierto día me esculpiré en fuego para estar cerca de tu cara fría y encender como faroles las luces de tus ojos. Apetito pequeño que crece en el sueño, y un empeño de purpurina brilla más que tus labios húmedos, sangre que quiere ser feto pretende coagularse en la plenitud del oxígeno, como respirar con un caramelo de eucalipto en la boca, brotar saliva en el descanso del sueño, refugio de huecos de escalera en algún rellano helado que se olvida de nuestra calor de juventud. Te cortarán la vena del sueño como cortan con navajas las pieles de naranja.

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