Capplannetta y sus necesidades

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Hay veces que necesito ponerle a la vida un grito, aunque extravíe mi salud. Hay veces que necesito salir de esta repetida canción, hay veces que nada sirve lo escrito, y soy un apátrida de la virtud, hay veces que me remonto a las entrañas de la noche de los tiempos, y no encuentro más que alimañas y oscuridad. Hay veces que me cansan el pan, el agua y las rosas y me refugio en las horas muertas de un reloj vacío de tiempo, hay veces que me acuesto sobre el colchón de la tarde y no me quisiera levantar para continuar tarareando el vals de los hombres normales, con el acicalado semblante de un asistente al espectáculo hermoso del vestigio de un sueño, quisiera, y lo digo porque lo necesito, un alma gemela aunque no se parezca a mí físicamente, me basta con que quiera huir como yo a los márgenes del mundo. Allí donde las auroras boreales de verde neón revolotean en el cielo de las exquisiteces de la inocencia, inocencia que ha llegado y quiere quedarse otra vez, hasta que se canse de ella la gente que compra el ensueño con caries en las farmacias de la extenuación. No necesito ser tu pesadilla, me arrastra hacia tu mal sueño un amasijo de ilusiones que se rompieron en el cristal de las mañanas. Aliño mi necesidad con café, con chicha morada y con anís desde los asociacionismos agazapados en los rincones de la oportunidad que abre comillas a los fracasos suscritos y el poeta no puede cerrarlas, no, no puede cerrarlas. Doscientos mil automóviles vienen con hambre de velocidad inmediata, las mujeres ya no temen al sacrilegio de Roma y andan vistiéndose en el laberinto del orgasmo onírico. Me duermo con el cigarrillo apagado y las cenizas de lo que nos queda andan humeantes en la destrucción del mundo. Quisiera volver allí donde nací, donde dejé mi casa con muebles usados y marcados como corazones en los árboles de esta felicidad, que como un pez se escapa.

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