Capplannetta de petit

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De pequeño espiaba a los mayores por debajo de los muebles de las casas. En la casa de mi madre, en la casa de mis tías, en la casa de mi abuela materna, así quiso que me encontrará el azar la cartera escondida de mi abuelo repleta de billetes, se la mostré a mi abuelo, y mi abuelo reía con su risa típica y fresca, y se lamentó de que ese no era buen escondite. Espiaba las conversaciones de mis mayores por los bajos de la casa, me enteraba de cosas tales como que la manzana que le diera Eva a Adán en la Biblia para morder no era una manzana, era el sexo, sí, yo me impresioné mucho, ya que no era así como me contaron el episodio en el colegio. Me gustaba ver las pantorrillas de mis vecinas cuando venían a visitar a mi madre. Sobre todo si eran jóvenes y lozanas, o estaban en edad para tener novio. Los bajos de una casa para un niño como yo lo fui eran una casa dentro de la casa que estaba arriba, las mesas eran una especie de cabaña, eran un mundo secreto donde yo era el señor de la casa. Era el custodio del secreto mundo que yo habitaba, jugaba con mis muñecos, hacía las tareas de la escuela, me comía mis bocadillos de pan con aceite, tomate y sal, esos eran los únicos ingredientes que tenía el bocadillo, y lo más interesante era que me gustaban.

Al contrario que yo era el custodio de los bajos de la casa, mi hermano lo era de los altos mundos de la casa. Recuerdo que una vez saltando en la cama de mis padres dio un salto incontrolable y se salió de la cama y se golpeó en la nuca quedando inconsciente. Mi padre del susto se le olvidó que iba en ropa interior y se lo llevaba de esa guisa al hospital. Desde entonces los dos optamos por habitar las casas como personas cívicas, decentes y normales.

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