Capplannetta sin recreo

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No pido compañía en mi larga travesía por el desierto, no pido compasión, ni misericordia, ni lástima, ni todas esas cosas que huelen como un abrigo de mierda. Pido una respuesta, estoy preparado para ello, no me cogerá ésta vez de imprevisto. En el paraíso de hormigón y acero andan como una plaga de ratas los escogidos por la suerte para llevar cadenas de esclavo, de esclavo de sueños que se esfuman en la aurora, yo también soy un esclavo, y para mí también se acabó el confeti y la cocacola, el recreo y el viaje de fin de curso; escribe, escribe, escribe, reúnes un amasijo de palabras y las quieren gratuitas, encima te piden una dedicatoria, tu único consuelo, dos viejos que se entregan cada día a un doble sacrificio, escarban en el amanecer una razón que les diga si vale la pena vivir. Capplannetta, guijarro nimio, ¿por qué te empeñas en seguir escribiendo? Nadie te despedirá con un réquiem insaciable que se coma a los ilustres gusanos de esta miserable vida de ostracismo y miseria emocional. Los amigos, hay que ver lo cara que resulta la amistad, hay que ver lo sobrevalorada que se encuentra, hay quienes le echan su aliento de bodega y la defienden a ultranza hasta que mueren solos, con cierto delirium tremens, con podrida cirrosis hepática, y cuando van a defender “la amistad” especulan con ella como si ellos tuvieran la exclusividad de tenerla, y se equivocan, lo único que tienen son cuatro halagos y una palmada en la espalda, y les ríen las gracias, borrachos desde la metáfora ortopédica, cascadudas de la comparsa de poetas de la inercia boba, de poetas santurrones, de populachistas con mala baba, que envidian, por su complejo de inferioridad; no te señalan porque el ninguneo es más parecido al desprecio que el halago estéril, sin embargo van a besar a su séquito donde ellos -ahí sí- son ellos los ninguneados. Son amigos de asesinos de la verdad, que se aplican la copla de los chivatos, y no saben, o desconocen, que los chivatos de la cárcel paran todos en la enfermería.

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