Era un hombre flaco, con el pelo cano, gallego parco, amante de Lorca y de la generación del 27, fumaba Fortuna mentolado. Cuando estábamos en clase se encendía un cigarrillo -y yo que estaba frente a él sentado en el pupitre- me solía echar todo el humo en la cara. Le daba unas caladas al cigarrillo largas y cargadas de humo fuerte y con apariencia de ser una calada que le saciaba el acto (prohibido ahora) que resulta el placer de fumar. Ahora le comprendo. Porque yo también fumo ahora tabaco mentolado, y sé lo que es el placer de una calada cargada, bien generosa. Mi maestro murió hace unos años y yo le dediqué un soneto, soneto que nunca leyó. Recuerdo que su clase era la más silenciosa del colegio, era severo, si tenía que darte un cachete te lo daba. Nos daba unas fotocopias con información sobre literatura y gramática, el espectáculo era cuando teníamos que decirle los verbos conjugados, yo soy, tú eres, él es, etcétera. También era profesor de educación física. Muy duro. Nunca le importó dejarte en evidencia con algún chiste ingenioso. Al tenerle todos tanto respeto los compañeros y yo teníamos risas contagiosas a cada una de sus agudas críticas. De él aprendí mucho sobre literatura y lengua castellana. Sí soy sincero en sus clases fue donde más aprendí en todo el EGB. Juan Luis Gómez se llamaba, que descanse en paz.