Escribo porque no tengo otro consuelo, soy un incomprendido emocionalmente hablando. Cuando he llamado a un teléfono me quedo escuchando y no digo palabra, tanta es mi soledad que sólo hago la llamada para sentir una presencia, una respiración, una respiración y una presencia que me acompañe en mi travesía por este desierto de sequedad antropológica y carencia de cariño, porque soy un marciano en un mundo que gira en una sola dirección y esa dirección me hace ir a la contra y tropiezo, sin ninguna salida, sin consuelo, sin nada ni nadie. De eso trata lo que escribo, por eso será, tal vez, por lo que la gente imagina de lo que escribo lo prefiera gratuito, porque no vale para nada, es malo a su suponer y a veces también yo lo supongo, ni siquiera como consuelo, mucho menos como espejo en el que mirarse, ni como pañuelo donde sembrar un puñado de lágrimas saladas, ni como bálsamo reconfortante que alivie los pesares. La gente al reconocerme a mí como perpetrador de un escrito infumable lo hace aún más desangelado despreciando lo que he escrito: la gente no quiere consuelo, la gente quiere reír, pasarlo bien, que les ayude tu alegría (parafraseando a José Agustín Goytisolo), que les ayude tu canción entre sus canciones. La gente odia el drama, al hipersensible de turno, la gente quiere oír buena música con letras pegadizas que no digan nada que les afecte demasiado, superficiales e idiotas, ver cine de superhéroes y comer hamburguesas con doble ración de necedad. Por eso sí pagan. Yo no creo que mi voz sea la verdad absoluta, pero a alguien puede servirle. En estos días ha venido una visita a casa y como regalo le he dado un libro de Mixturas (collages) y se veía en sus gestos que lo disfrutaba y por un momento he pensado que no era mío, o sea, que yo no era el creador, hecho que me ha hecho sentir como desprovisto e incapaz de trasmitir alegría alguna, no digamos felicidad, mucho menos un orgasmo, en fin, que la cultura si es gratis es como follar sin pagar, pero el que se lo ha currado para que pases un momento de embeleso digamos que ni chicha ni limoná, a lo mejor soy un acomplejado de lo que escribo, no sé. Después está el agravante de que ya nadie lee. Las editoriales se han hecho mercaderes de una miscelánea insulsa, edulcorada y carente de riesgo editorial. Los lectores que quedan leen para distraerse, adquieren libros de pocas páginas pero que no hagan pensar al lector, ya no como consuelo o espejo en el que ver tu reflejo, sino que ahora buscan la novela que tenga un germen de producto de consumo típico de las novelas policiacas o las novelas de cierto engranaje que mezcle historias y personajes sin no mucha sofisticación y muy poca parte filosófica, también la novela histórica, y también la esotérica. Y la poesía no digamos, pocos poemas están escritos en las entrañas de la tierra. Ahora manufacturamos, hacemos la diversión como acto comestible y todo se ha convertido en un producto de consumo, el cual desechar cuando te canse o te moleste en la casa. Sólo nos queda buscar y buscar, entre precariedad y espectáculo cutre y poder encontrar esa novela que nos conmueva y nos diga por dónde está el camino y seguirlo hasta no volverlo a perder. Las masas son las que predominan el mercado, las minorías se emborrachan de ostracismo.