Capplannetta tenía una novia muy lejos de su barrio, y al no tener vehículo tenía que ir al barrio de la chica pateando. Corría el año 1991 y su ciudad estaba lejana de todo, incluso de aquello que iba a suceder en el futuro, imagínense su barrio. No era la primera vez que éste andaba cruzando cinco, incluso seis barrios hasta llegar al suyo. Una noche de invierno había dejado a su novia en la casa de sus padres y se dispuso a andar hasta la casa donde él vivía junto a su familia. De camino a su barrio vio a unos metros cómo un pizzero aparcaba su Vespino (ciclomotor) y subía a un edificio a entregar la pizza recién hecha. Se dijo: -Esta es la mía, ni corto ni perezoso agarró el Vespino y se dijo, pues vámonos a casa. De camino al barrio tiritaba de frío, lagrimeaba debido a la velocidad y reía sin parar. Llegó a su barrio y empezó a dar vueltas a una plazoleta gritando: ¡Me he metido a pizzero! ¡Me he metido a pizzero! Sus amigos que estaban en la plaza pasando frío no daban crédito, se partían de la risa, se quedaron alucinados cuando vieron a Capplannetta dando vueltas y gritando en aquel Vespino de pizzero. Se fueron sus amigos y él hacia un bosque aledaño al barrio de estos, y allí le quitaron la caja de llevar las pizzas. Quedó un Vespino con un solo sillín y ese fue el transporte de Capplannetta durante días. De vez en cuando lo cogía un amigo que también tenía novia muy lejos del barrio. A veces cuando quería cogerlo se encontraba con que el amigo se había adelantado y había cogido el Vespino antes que Capplannetta y éste se enfurecía. Cierto día estaban en un montículo de tierra baldía, en una especie de explanada Capplannetta con el Vespino y sus amigos pasando frío todos agrupados a unos metros de Capplannetta. Éste se hartó de que el amigo le usurpara el Vespino, y también porque veía en ese ciclomotor cierto riesgo que no estaba dispuesto a asumir él solo en el caso de que algo pasara. Digamos que se cansó de aquel ciclomotor. Entonces dejó el acelerador del gas fijo y apuntó el Vespino contra el grupo de amigos apelotonados. Y lo soltó. Quiso gastarles esa broma macabra. Cuando el Vespino sin piloto llegó al punto donde estaban los amigos todos corrieron despavoridos, pero la sorpresa de Capplannetta fue cuando el Vespino siguió su trayecto hacia la carretera estrellándose contra un coche estacionado. Sonó como un estruendo. Y el acelerador se quedó fijo con la rueda trasera del Vespino rodando al aire a toda velocidad. Todos los amigos salieron por patas. Las persianas de los pisos junto a la carretera se abrían para curiosear. Fue tremendo el ruido del choque contra el automóvil aparcado. A Capplannetta se le ocurrió la temeridad de quitarle el acelerador fijado por éste, él sólo quería apagar aquel cacharro en marcha, y mientras tanto se abrían las persianas, Capplannetta se fue corriendo sin haberle podido quitar el gas del acelerador al Vespino por temor a que le reconocieran y lo acusaran. Nadie se atrevía a apagar aquel Vespino. Ahí se quedó ese destrozado Vespino, con el acelerador fijo y deshecho por la parte delantera, y el coche con varios daños por el impacto recibido. Hasta que se le terminó la gasolina el Vespino no paró. Capplannetta tuvo suerte. Esa noche Capplannetta daba gracias a Dios por la suerte de no haber hecho daño a alguien que pasara justo en ese momento. Capplannetta se estremecía tan sólo con pensar si alguien hubiese pasado en ese momento y lo hubiera arroyado. Esa noche Capplannetta no durmió, daba gracias a un Dios piadoso que en ese momento lo protegió. Plegarias y letanías íntimas que agradecían sinceramente a Dios.