Capplannetta oyendo Four women

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Estoy oyendo Four women de Nina Simone y como persona de raza blanca me deja un hálito de sentencia y tirón de orejas, con razón de veras, tan solo por el hecho de ser “caucásico” de raza blanca, aunque no creo de ser de pura raza, creo tener en mis carnes más mezclas que un cocktail mixturado con el dios de la media noche. Yo no nací en tiempos de esclavitud, la esclavitud de hoy en día es diferente (no quiero taladrar con la repetida canción donde van todos los taladros a agujerear la misma cosa irremediable), pero el tema emociona y hace justicia aún en los tiempos que corren, aún no sabiendo mucho inglés (como es mi caso), una composición poética o musical, incluso si es un cuadro, cuando es puro/a marca una raya en el agua, como diría el poeta. Cuando tenemos delante a la razón desnuda soplándote en la oreja no hay simulacro alguno de escapismo hacia el misterioso lugar o de fuga preferiblemente hacia atrás, es como cuando estamos ante la obra de arte por antonomasia la verdad se hace espejo de un certero “entonces era eso”, y sólo nos queda mandarlo a fundir en un metal noble y hacerlo testimonio de esa verdad inamovible, de esa verdad tajante, de esa verdad sentenciadora. Hay muchísimos músicos que nos enseñan esas verdades, esas grandes verdades que viven en la tierra con nosotros, que viven bajo el reloj de mármol tatuado en la ciudad del mundo. Es inevitable caer en el subyugador momento de emoción ante una obra de arte que nos mueve las entretelas de las entrañas, nos las remueve y nos las hace evidencia pura de toda realidad que sabíamos estaba ahí y es en ese momento cuando se hace brote amanecido ahí ante el sol de la vida, en ese fragmento de suspiro tembloroso y tiembla junto a nuestro corazón para decirnos que es verdad, que vive a la par con él.

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