Capplannetta outsider

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Llevo ya años sintiéndome al margen de la gente “normal”. ¿Y qué es ser normal? Ser normal para mí es estar en una élite de gente que hacen fiestas y se relacionan entre sí, hacen parejas entre la misma pandilla de amistades, comparten equipo de fútbol y comparten ropa de marca, música preferida, van a la misma universidad aunque hagan distinta carrera, se divierten mientras que se exponen en las redes sociales, se ríen de las mismas tonterías, a éstos no les importa reírse del más débil con tal de pertenecer al rebaño de carácter socialmente aceptable, tienen coches donde no permiten que nadie fume, celebran San Valentín, van a bodas donde luego bailan con música comercial, se van de cena y comen hamburguesas gigantes, no sé, gente aparentemente feliz. Yo no siempre he estado condenado al ostracismo, aunque no viajo, no voy a fiestas, no voy al cine, no salgo, no tengo relaciones sociales, yo sé lo que es divertirse sin ninguna sustancia y con poco dinero. Pero estas personas contemplan el mismo acicate (si se me permite el término) elitista donde la gente como yo, un outsider en una casa de cristal, solamente tiene acceso a un tipo de gente como él o que están en proceso de toxicidad. No es que los envidie, siento una leve frustración debido a que ahora el atropello que está en boga es el de la felicidad, siempre artificial y desprovista de humanidad, consumista y cargada ésta de estereotipos vacíos de magma intelectual, impuesta y casi imposible, mezquina y cruel, donde se estigmatiza al enfermo psíquico. No me considero loser (perdedor), aunque pueda parecerlo, no estoy alcoholizado, no tomo drogas, soy creativo, soy tolerante, puede parecer presuntuoso pero lo contrario al término loser no me engatusa ni me fascina como al resto de grandes ganadores que viven en una burbuja y acaban siendo juguetes rotos de la sociedad, mirlo blanco-cisne negro. La felicidad de ahora es tener, comprar, la propiedad privada, es vivir en sociedad, tomar algo en las terrazas al aire libre, viajar de vez en cuando, salir en veladas de música de orquesta, participar en las fiestas populares, que te envidien, sea como sea, no les importa los que nos quedamos sin recreo todo el año y vemos pasar el coche del general a toda velocidad por el pueblo de Comala, aludiendo al cine del gran Berlanga y su film Bienvenido Mister Marshall,  y también a la novela del escritor Juan Rulfo y a su Pedro Páramo. Los outsiders de ahora viven una vida de misantropía, si ya la estrategia de la clase política y las grandes corporaciones es alienarnos más, atomizarnos a cada cual en su (des)medida, en el caso del outsider la soledad es doblemente asfixiante, se nos atribuye el adjetivo de tóxicos pero yo creo que la toxicidad de las personas no es atribuible a su carácter o a su razón de ser, muchas veces la provocan aquellos que viven una vida de felicidad a costa de la piedra que lleva arrastrando ese outsider. Y con esto que estoy diciendo, aunque es algo que ya he reiterado en otros Post anteriores a este, insisto en lo vulnerables que nos hace el fantasma del derecho a la felicidad absoluta. Dejemos que el tiempo o el azar nos introduzca en el camino y busquemos la paz de los cementerios en nuestros corazones, ya que (para que sirva de consuelo) allá en los cementerios todos estaremos en la misma clase social, y todos, anónimos o ilustres, criaremos malvas y el mañana será ese, ese porvenir que nos ha de llegar lo queramos o no, porque la vida se acaba y no quiero repetirme, quiero leer mucho, escribir lo suficiente, divertirme en cada cosa que haga, prefiero hacer el amor antes que tener sexo por sexo, vivir en paz solo o en compañía, tener amigos, tener ideales, oír música buena, ver cine bueno, y un sinfín de cosas que puedo realizar sin necesidad de una felicidad prefabricada.

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