…Eras tan niña y a la vez tan mía que miedo y deseo eran caminos que yo andaba con la fragilidad de una amapola, tu gemido lo esculpía con mis manos y para hacerlo fecundo con mis sentidos (todos) ambidiestros, ambidiestros que trabajaban en un muro mágico donde lo que yo daba, con la misma mitad se me devolvía, y los dos corríamos por la playa hasta llegar hacia las luces de algún otro pueblo avistado desde la orilla, y los dos desnudos cometíamos otra locura más, la locura del mundo edulcorada, queríamos ver gente para dar fe y dar cuentas de que habíamos asesinado al pudor, los dos desnudos lo habíamos dejado agonizando en la orilla de la playa. Vimos dos pescadores y mientras ellos recogían pescados escuálidos nosotros veíamos fuegos artificiales y nos moríamos de la risa, vivir el amor en esos días era como hacer huir a un moralista con el pene congelado con el miedo que provocan las carcajadas ardientes como una llameante risa asustando a una beata sucia de casposa moralina, y huía la humanidad, nos expulsaban del paraíso para encontrar el nuestro a nuestros pies de desaforados niños en celo preadolescente, de ese que marea y perturba el deseo de sexo en corazones latiendo como caballos galopando, tom, tom, tom, tom, tom, la ciudad era nuestra y el plan de invadirla de rubor lo habíamos perpetrado desde la noche en el mar para una ciudad nueva…