De adolescente se vive una especie de locura alegre, que por suerte o por desgracia, se cura con el tiempo. La euforia adolescente es algo efervescente y se evapora con los años. Se vive una exaltación y todo momento es jovial y siempre existe lugar para la diversión. Pero cuando llegas a cierta edad la alegría efervescente ya evaporada se apaga para ver las cosas desde la distancia, con mesura y siempre con control sobre sí mismo y lo que te rodea. Quizá sea esa la razón de el porqué la vida adulta es lenta y aburrida a ratos. Se acomoda la soledad, cada cual sigue con su vida, y esa euforia y esa locura inmadura queda impregnada en nuestro cerebro esperando, tal vez se pudiera repetir en algún momento dado. Me vienen a la cabeza aquellos versos famosos del poeta nicaragüense Rubén Darío:
Juventud, divino tesoro,
ya te vas para no volver,
cuando quiero llorar no lloro,
y a veces lloro sin querer.
Bien, en esto consiste la vida de adulto haciendo hincapié en la adolescencia y los momentos de locura juvenil y libertina. Después, ya de adulto buscas esa extraña locura de la adolescencia en las celebraciones, en las bodas, en las reuniones, en bautizos, en comuniones, pero esta locura, casi siempre inducida por el alcohol, no está compuesta de vestigios de adolescencia alguna, más bien acaba siendo una locura ridícula a veces, y en otros casos manteniendo la distancia entre el desfase y el control necesario. En fin, eso es la vida amigos, se es adulto porque se es maduro, y la madurez es aburrida pero necesaria, ya que se puede caer en un ridículo del cual se ríen todos menos tú.