Termina el año y yo he perdido la esperanza varias veces en los doce meses. Empieza un año y termina este y otro siguiente también terminará. Todos como libros que pasan entre lo que miramos con un principio y un final. Como lectores de nuestra existencia vemos nuestro vértigo cruzar abismos y una azul velocidad reptar por el asfalto. Aferrados al simulacro pactado de la fiesta nocturna nos preguntamos porqué los suicidas se han ido antes. Dejamos ceniceros llenos, platos vacíos y copas agotadas y vemos los años correr como una tortuga que va lenta pero segura en su peregrinaje. 365 días con sus noches pasan por nuestros ojos, el tedio no se ha ido todavía ni tampoco la paloma exhausta, por ello brindamos y en ese brindis la agonía de los relojes segundo a segundo nos late adentro, nosotros buscamos en el exterior, sabemos que hay algo fuera, allá a lo lejos se escucha una música en altavoces y luces alumbran de cara al cielo, vámonos allí, allí buscamos al duende del parque, mientras los años sudan el óxido de las carnes que mortifican.