El secreto a voces que Panero se llevó a la tumba respira de efluvios entre la mandíbula y los dientes secos de Ana María Moix. Panero se volvió loco tejiendo la rosa perturbada de su cerebro, Ana María se estropeaba como un Mephistofeles creyéndose Dios de la gloria de los escritores fumadores y de la caspa que engendra hablar de un escritor después de muerto. Se tienen muchos cojones, sí, por eso todos hablamos maravillas de ellos, y sí hablamos mal es porque nunca los conocimos. Si Ana María era el espíritu bello de la Gauche Divine, Panero era lo putrefacto de El Desencanto, si Ana María era adorada y ensalzada por crápulas poetas, por el pijo aparte y por tortilleras emancipadas, a lo Virginia Woolf o a lo Simone de Beavoir, todas le doraban la píldora, entonces fue cuando Panero asesinó a su hermano Luís María, por loco, por borracho y por sufrir complejo de Edipo, la metamorfosis pasó de crisálida a mariposa, y Leopoldo María quiso ser homosexual, masturbándose mirando la foto que Colita le hizo a Ana María, -bésame, mon amour, mientras nos tatuamos nuestros nombres mutuamente con nitroglicerina.