Ningún periodista le sacará la pringue a cada segundo de tu agonía mientras la crónica de tu muerte sea esclava de miligramos de morfina que consuelan el dolor de donde parten las esperanzas, pues te visitará un día perfecto, soleado y luminoso en los contornos de tu paseo por esas calles donde no conocen tu rincón oscurito, tu vestigio de sombra que te abraza y te hace suyo en el silencio, a pesar de que haya ruido, mucho ruido en las avenidas desquiciadas de la rayada hora de junglas y fauna al unísono de un pulso de tambores, yo quiero acompañarte en el parpadeo liso de nadas y vacíos desiertos eternos donde me mirabas despacio y un rayo de sol te hacía virgen convicta de las tragedias cerradas en un puño, yo te colmaré de voces que no son tuyas y me acordaré de tu deslumbrado ecosistema de miradas que vuelan en horizontes de rosadas verdades nuevas, te diré que te quiero, ahora que como un astro insignificante con un fondo de auroras te beso en la frente como se besan a las hermanas santas que hacen favores los domingos y se llenan de bondad, como recogiendo margaritas para dárselas a las novias dudosas, y mientras ellas arrancan cientos de síes y de noes nosotros estaremos lejos sabiéndonos buenos como un pan recién hecho, o como un cielo celeste al que siempre quieren los saltamontes, yo soy tu hermano marchito, el que tras el reloj de piedra anuncia cuando empezó esto de amarnos, de amarnos en primavera, y no pensamos jamás en florecer de verde moho, porque el silencio no se busca, se encuentra mientras nada se piensa. Ya que cuando nada se piensa todo parece redondo y amplio aunque te pisen en los ascensores.