Como en una suerte de naipes, Perú es una escalera de color, al cholito lo sentencia el mestizo, al mestizo lo sentencia el caucásico, y así, toda la amalgama de culturas, se sentencian alrededor de Miraflores y San Isidro, que viven amurallados ante los vestigios emigrados desde la selva, la sierra y los suburbios de la costa. Lima, sucia de huano de pelícano, Lima, con su playa de invierno podrido, se muestra altiva y prepotente por que la noche de cara al pacífico se eleva como una rosa náutica de lujo y despilfarro. Mozo, sírvame un pisco sour, Mozo, sírvame el jalón que me cure el soroche, Mozo, sírvame el bitute, que me quedé con hambre en el lonchecito, yo te doy mi dólar sudado y no es coima, sino propina. El aullido eterno de los 500 años, Pizarro descabezado y la sangre de Tupac Amaru, el último lamento de Atahualpa, búscame en el sol de mi Donuts de lúcuma, destápame que el huachimán ha encontrado ratones, ratones no, que son cucarachas, cucarachas no, que son hormigas rojas, séllame la boca con un huarique donde venden unos pollos asados de la puta madre, en Perú se come bien en todas partes, el único inconveniente es que no hay dinero en ninguna parte, vamos a Azángaro a falsificar documentos, vamos a Gamarra y compramos ropa cómoda, yo me voy a la Casa de España pues hecho de menos a la Madre Patria, pero eso no es malo, lo malo es que llevo deambulando entre el tráfico de Lima sólo hace una semana.