Cuánto echo de menos las tertulias hasta bien tarde donde se fumaba, se bebía, se discutía en voz alta, se diseccionaba con objetividad la obra de un compañero, se cantaba, se reía, se recitaba, y todo eso rodeado de un sinfín de columnas de libros, ya que el local era el almacén de un editor independiente. Después cuando fueron enfermando debido a la vejez, ya que muchos fueron víctimas en primera persona de esa Guerra (in)Civil, salíamos al bar y en las terrazas de un bar de comidas gallego nos quedábamos hasta el cierre. Aquello eran buenos tiempos. De todos los compañeros de tertulia solamente mantengo contacto con uno, con Juan Antonio Herdi, ya que con él comparto la redacción y la edición de una revista llamada Nevando en la Guinea, los demás algunos andan por Facebook, otros están apartados de las redes sociales, otros están a merced de los años y lo que eso conlleva, y otros están ya fallecidos. La tertulia no tenía nombre, pero como publicábamos trimestralmente un número de una revista llamada Catarsis, la tertulia también se llamó Catarsis, pero lo bueno dura poco, la economía y problemas de tipo burocrático acabaron con esta práctica. Quería hacer este breve homenaje hacia las tertulias con humo en sus reuniones, con la euforia de la bebida en la que algunos se entregaban con pasión, a una tertulia como está mandado, ahora se cogen la minga con pinzas.
Archivo por días: mayo 12, 2013
sonreír no cuesta nada
Cada día que pasa me asombro sobre cosas, cosas sencillas, me asombro del bien que hace una sonrisa a quien menos sonríe, me asombro del bien que hace un Lo siento en el momento idóneo, me asombro de lo fácil que es ser agradable y educado y lo que nos cuesta a veces, me asombro del bien que hace escuchar a quien se lamenta, me asombro de lo buena que es la gente cuando la vemos desprevenida, cuando todo su esplendor es puro mientras ignora que la están mirando, cada día que pasa me asombro más, las personas sencillas, que no envidian, ni fingen, ni tienen maldad me hacen pensar en los que sí tienen todo eso, y deduzco que no son felices, solamente basta que esas personas que creemos a 100 kilómetros de lo que sentimos les hagamos gente noble con remedios como las sonrisas, escuchándoles, la empatía es la mejor arma para evitar lamentaciones.