Las cicatrices de tu cara me dicen que viniste herida de esa guerra, guerra fraterna, donde el plomo flota, el rifle dispara barro, el ron envalentona a los guerrilleros que defienden la causa noble que los liberta, tus cicatrices me dicen que esa guerra fue cruenta, fusilaron a campesinos, madres de tierra, y rosales que subían por tapias y tejados, le sacaron un diente de oro a Margarito, hombre sencillo y sin alardes frente el olor a sangre, debajo de cada platanero un hombre se hace trufa dormida, las galleras abandonadas tropiezan con el ansia por matar de los generales que se apropiaron de pueblo y de rango, Ceferino quiere matar sus gallos a machetazos, dizque en este pueblo ya no habrá más que celebrar, el olor a pólvora de cohete se turnó con el de las balas, los enamorados caen derretidos bajo la sombra de las chozas abrigadas de hule y vigas de tubería, el negro Gilberto quiere una revolución canibal, hace mucho que se aprovecharon de los pobres esa élite de aristócratas de medio pelo, ya no se planta, nada, ni tabaco, ni trigo, ni cebada, el mar está con su mirada perdida y los pescadores dizque le tienen miedo, allá va el cacique, con su traje de hilo color hueso, arremolando ejércitos en breves molotes que crecen como la sal en las salinas, yo arremeto contra el terrateniente, con aquél que esclaviza en los cañaverales donde la caña no es azúcar, es amarga como la noche de hambre, las mujeres se suben a las mulas y en una mano llevan el fusil y en la otra un bebito, de esto hace tiempo, pasó en cualquier pueblo de América Latina, por eso las cicatrices de América se entierran y desde esas renacen otras, pero no conozco lugar más liberado de los corsets que tenemos acá en Europa, ellos dicen que aquí tenemos menos prejuicios, pero donde se respira la libertad es allá, allá poco importa tirar unas micras al suelo de merca mientras se baila, allí poco importa cogerte a una mujer delante de un amigo, el sabor del indio, del indio que es todo sabor, sabor a carne con melado de caña, sabor y olor a humo de la tierra que florece, donde el colibrí está a tres palmicos, todas estas cosas las sé por latino-americanos que se hospedan en las azoteas de los trasteros en Paris, por los solitarios bohemios que germinan poemas con la fruta del amor en Bonn, lo sé por que me lo contaron quizás.