¿Hogar o Paraíso?

La primera vez que vi la segunda parte de la trilogía El Padrino, cuando el niño Vito Corleone llega a New York y lo tienen en cuarentena debido a su tuberculosis se pone a musitar una melodía provinciana italiana, se oye al abuelo-niño cantar la canción y luego esa escena enlaza con una comunión, la primera comunión tomada por su nieto. Esa melodía es para mí sagrada. Me hace espectador de primera fila cuando mis abuelos emigraron desde Andalucía a Cataluña. Ese pequeño niño escuálido y tuberculoso me evoca la podredumbre vivida en esos años, años de miseria y de refugiados del hambre, de las penurias vividas por mis abuelos. Ese pequeño niño cantando una canción es el símbolo universal de todos los inmigrantes del mundo, o al menos debiera serlo. Ese niño llegando solo a New York, es como aquél gallego que llega a las costas de Buenos Aires, esos abuelos míos llegando desde su pueblecito pequeño a la gran urbe en la Estación de Francia, todos creen llegar a un paraíso, todos creen que la vida será pan comido, entonces ellos ignoran que trabajarán duro para ganarse la vida. Que aceptarán trabajos precarios y el patrón no sentirá ninguna conmiseración con ellos. El paraíso que tenemos idealizado puede estar en nosotros, adentro de nosotros, es el único lugar donde podemos estar como en casa, y además es el lugar que mejor conocemos. Como dice mi padre: en ningún sitio como en tu casa. El mejor paraíso de un hombre es el lugar donde al menos obtiene dos placeres a la vez, ese creo yo es el paraíso ideal, si se obtienen dos placeres a la vez es un lugar especial y si en ese lugar obtienes más de dos placeres ese lugar es tu hogar, al cuerno con el paraíso, mejor hogar, hogar, dulce hogar.

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