EL CICLOMOTOR

Me tomo un café negro, negro, negro y me marcho a la calle. Veo a la gente pasearse alegre, ilusionada, efervescente, yo me alejo mucho de esa gente. Comprendo que sí están alegres no tienen problemas, y si los tienen, no les afectan demasiado. Me gusta verles alegres, aunque siento verdadera envidia. Ahí mismo, pensando todo esto, me acordé del episodio de cuando yo era una persona muy parecida a ellos. No le tenía miedo a nada, tanto así que cuando iba con el ciclomotor llevaba el walkman a todo volumen y ni me percataba de lo que a mi alrededor sucedía. Recuerdo muchas cosas que me conviene callarme. Otras son divertidas, otras tristes y otras mejor es olvidarlas. Siento que en el mundo corre otro pulso vital distinto al mío. Siento que la gente se mueve por otros intereses, por otras directrices, por otros recovecos que difieren bastante de lo que a mí me hace feliz. Por eso debe ser que la gente es más feliz de lo que yo lo soy. He pretendido quizás vivir demasiado deprisa y es ahora cuando le he cogido miedo a la existencia, le he cogido temor a lo que antes me hacía reír y estallar de fugaz alegría. Un día fuí a una discoteca, bebí y me drogué demasiado, tanto que olvidé haber dejado mi ciclomotor cerca de casa y haberme ido con un amigo en su coche. Al salir de la discoteca busqué y busqué el ciclomotor, sin acordarme de que lo había dejado cerca de casa. Tal era el colocón que llevaba que me fuí a denunciarlo a la comisaría más cercana. Antes de llegar a la comisaría me paré en un bar a tomarme otra copa (la penúltima) de las que ya no recordaba ni el número. La dueña del bar estaba distraída hablando con otro cliente del bar, entonces detrás de la barra de aquel bar vi una cámara reflex bastante usada, una cámara que yo no tenía, dueña del bar distraída, cámara que me llevé sin lugar a dudas. Por aquel entonces yo estudiba fotografía, cursos que yo mismo me pagaba, y no tenía cámara con la que hacer prácticos aquellos cursos, así que me la llevé. Seguía yo con mi idea de mi ciclomotor robado, y con la sinrazón terca de denunciarlo en comisaría. Feliz andaba yo con mi cámara recién robada, y con la idea fatal de denunciar mi moto en la comisaría más cercana. Llegué a la comisaría, el policía encargado me preguntó a qué venía, yo le contesté que a denunciar el robo de mi ciclomotor, no sin cerciorarse el policía de lo borracho que yo iba en ese mismo instante. El policía me invitó a que esperara mi turno en la sala de espera aledaña a la recepción. Estando en esa sala de espera había un hombre pálido con perilla y bigote, una pareja que querían denunciar la pérdida de un DNI, y policías que por allí mismo pasaban. El hombre pálido no paraba de mirarme, y noté que cada minuto que pasaba lo hacía con más descaro, me miraba y me miraba, hasta que yo extrañado le dije:-¿Qué miras tanto?- A lo que el hombre pálido me contestó: -¡Es mi cámara, mi puta cámara!- Yo no podía creerlo. El dueño de la cámara estaba en esa comisaría. ¿Qué iba hacer yo? El hombre se puso bastante nervioso y comenzó a llamar la atención de los policías, los policías con las mismas vinieron, y le preguntaron que qué pasaba, y él les dijo: -Es mi cámara- Los policías le dijeron que si estaba seguro de ello, y el hombre les dijo que sí. Al parecer el hombre la había dejado en aquel bar adonde yo fui con tan mala suerte a tomar la penúltima copa, la había dejado olvidaba; por que es preciso antes aclarar que el hombre estaba allí no para denunciar la cámara que yo llevaba colgada del cuello, sino para denunciar que le habían abierto el coche. Era inaudito, la policía empezó a interrogarme y hacerme preguntas. ¿De dónde la has sacado? Yo les decía que era mía. Hasta un policía me llegó a preguntar qué era el zoom, yo no sabía qué contestarle, pues no tenía ni idea de fotografía, había empezado a estudiar fotografía hacía unos días. Al final le tuve que devolver la cámara. Me quedé unas horas hasta que vinieron a buscarme mis padres. Tanto tiempo estuve en esa maldita comisaría que se me esfumó la tremenda borrachera. Cuando íbamos en el coche, al llegar a casa, vi allí aparcado mi ciclomotor. Estaba inmóvil como si nada hubiese pasado, era evidente que no era así. Era evidente. El ciclomotor emanaba una paz y al mismo tiempo parecía reírse de mi confusa pérdida de memoria. Parecía estar fuera de toda culpa, al margen de todo, emanaba una paz y al mismo tiempo parecía burlarse. Al otro día me dolía mirar el ciclomotor. Sentía envidia de su vida exenta de equivocaciones estúpidas. Como cuando miraba a la gente que paseaba por la calle. Ellos parecían estar redimidos del desorden, del caos, del peligro y del azar. Ellos no se equivocaban, estaban fuera de la duda, de la confusión y su memoria no era la mía. Ellos no tenían problemas, yo si los tenía.