Los bares me dan grima por que se busca la ebriedad en el agobio, se busca la charla pendular, las conversaciones (creo) que no son como en Formentor(donde allí se habla de cosas interesantes, jeje) , son oscilatorias y siempre van a parar al mismo punto desde donde empezaron. Para colmo de males los chinos, los dueños sacrificados de esos bares de extrarradio, se aprovechan de la desmemoria del borracho, y habilmente, le cobran al parroquiano dos veces la misma borrachera, tiene guasa la cosa. Estos bares suelen tener una atmósfera tan falsa como el número 322 de la revista Quimera, estos bares están preñados de una soledad incitada por la total descomunicación de los asiduos: seres vacíos que creen ser inteligentes por que tienen carné de conducir. Los bares de extrarradio son los que aglutinan a mamarrachos que vociferan como cabreros y golpean expresivamente golpeando las mesas, son eruditos de la impertinencia, y los dueños dan apego y fingen simpatía hacia la clientela, pero en realidad se esconde una manera más de ganar dinero. Yo no quiero tener un bar, dicen que es sacrificado, yo lo que quiero es cerrarlos, pero cerrarlos de cansancio, el cansancio de decir: -ponme la penúltima-. Sé que ahora me contradigo, pero donde mejor se bebe es en casa; sin coche, sin garrafón que me cambie la brújula del sentido común, y sin chinos que te hagan la trampa del veo doble. Los bares interesantes son esos donde suele haber decoración de los setenta y el dueño, que es de Murcia, suele ser un tipo campechano que cree que los empresarios con apego al dinero son gente de otro mundo.