A propósito de Capplannetta

Tengo escarcha en mis pensamientos de frío, viento y lluvia. Mi lagrimal humedecido y caliente de no poder llorarme y lamentar mi desdicha ha pretendido siempre volver a mi punto de partida. Solo, soy un hombre solo. Soy el reverso, soy el que navega a contramarea. Soy una desgracia que les ha ocurrido a mi familia. Por muchos libros que lea ninguno de ellos consolarán mi derrota de falta de riego en el vergel donde anduve hace años, pues no me acuerdo cómo era. Tampoco puedo quitarme las espinas de mi corazón rojo. Acudo a los psiquiatras y ninguno me abre la ventana de la cámara de gas. Soy un hombre derrotado por la luz breve de los que viven de noche. Espero, espero y espero, errante en el desierto eterno. La sociedad no me tiene en cuenta. Y para los amigos me he convertido en molestia. Soy un joven caducado y tuve mi tiempo de gloria allá en los rincones del macadam. He perdido a grandes amigos, a familiares que nunca más veré. Pues la muerte crea un episodio de olvido donde tienen cabida las huellas de peregrino. No soy como los demás pero camino. Camino en un contratiempo que me atrapa inusitado. Volveré a ver los gemidos de mujer en total entrega entre los besos que supe darte. Hay montones de corazones que no dan razón a la mañana de sombra y eclipse. Cuando vuelva al lugar donde nací me haré semilla nocturno en la inmortalidad del silencio. Ser poeta no es proclamarse ni ser aplaudido. Se es poeta porque la sangre se paraliza en la evocación de los placeres pasados y en los presentes. El mañana vendrá mañana y las luces serán un amanecer repleto de enigma y refugio para toda la tribu.

Capplannetta y el abandono verbal

Dejo a la gente que se juzgue entre la buena y la mala conciencia. Las personas sensibles son las que están en plena lucha con su conciencia. La conciencia de la buena gente es no tener mala conciencia. Son libres de carga y van ligeros de equipaje. Pero también ocurre que los malvados tampoco tienen gran concepto de su propia maldad y de su mala conciencia, que en este caso es nula. Abandonarse al destino y aceptar un compromiso de lealtad lleva implícito algunos detalles que a la buena gente aflige. Abandonarse por ejemplo a la muchedumbre con cierto fanatismo te hace vulnerable y víctima de tu propia elección personal. Porque elegir, lo que se dice elegir, nadie elige lo malo, siempre se decantan por lo bueno o lo mejor que bueno. No me gusta la gente que juzga tan solo por el hecho de contradecir un pensamiento libre. En este mundo pocos tienen un pensamiento crítico, y los que lo tienen caen en terrenos resbaladizos. Puedes pasarte cierto tiempo con una gente y darte cuenta lo bellacos que se vuelven, después de haber demostrado que eran corderitos. Abandono es una palabra dura, y el resultado de ella equivale a la decadencia. A una decadencia desordenada y caótica, que a fin de cuentas son la misma cosa. Pero el abandono, el abandono verbal, que es descuidar la manera de expresarse, en mí comienza desde que hablo aunque no cuando pienso. La única pulcritud de mi lenguaje es lo que escribo para mí o para otros que, como yo, también están abandonados de equilibrio verbal. Me comunico mejor cuando digiero aquello que voy a decir sin que parezca una enorme tontería cruda y tampoco una verdad fermentada de putrefacción. El ego de muchos es el fanatismo por llevar la razón perentoriamente. Y eso es un exceso de estupidez o una equivocación sin fundamento. No diré que los poetas sean algunos estúpidos, puede quien diga eso de mí mismo. Lo que quiero decir que la opinión de un poeta debe ser un pensamiento pormenorizado del lenguaje, y cuando estás carente del lenguaje con respecto a la riqueza y a la coherencia quiere decir que eres un enfermo de literatura. De la palabra escrita. Para no decir tonterías se tiene que economizar el lenguaje y escribirlo antes de que salga de tu boca. Las palabras dichas sin razonamiento están cogidas por alfileres, como las camisas. Saber hablar implica capacidad digestiva.